miércoles, diciembre 13, 2006

Despeinando canas

Era una muchacha, que para mi primeros intentos de mirar mujeres, era a todas luces infartante. Pequeña, de piel blanca y de renegrido pelo. Unos ojos grandes, carbón, de mirada fogosa que encendía el rojo de sus labios.

Estudiábamos piano, con mi hermano, en lo de la Srta. Irma en el conservatorio del barrio de Flores, allá por la calle Yerbal 2020. Tomábamos el tranvía 40 o el 48, que tenían su terminal en el Resero; monumento a los arrieros y que diera el motivo para las monedas de 20 ctvs.

La Srta. Torres tenía un magnífico trasero y yo estaba enamorado de ella. Y de él.

-Debes mantener la posición de las muñecas; no tan caídas.

-Cuidado con la digitación.

Y se inclinaba hacia adelante para indicarme las correcciones, rozándome el codo derecho con su busto firme.

Recuerdo una tarde en especial. Vestía una pollera negra ajustada. El ruedo de la pollera por encima de las rodillas. Sus piernas enfundadas en unas medias que al roce de sus muslos producían una melodía que suena en mis oídos cada vez que la evoco y que incentivaba mis primeras emociones. Sus pequeños pies remataban en unos zapatos también negros de tacos altísimos.

Su blusa, blanca, ajustada, dejaba traslucir un corpiño blanco con puntillas que enmarcaba su busto .

Creo que alguna vez le dejé entrever que estaba enamorado de ella, en mi inocencia no conocía los límites a los que debía someterme, recibiendo no solo su reproche sino el de la Srta. Fita compañera inseparable de Irma.

Pero me he apartado un poco de aquella tarde en estaba particularmente hermosa. Aquella tarde cada vez que me corregía, al inclinarse, no solo rozaba más que de costumbre sus senos en mi brazo, sino que eran acompañados estos movimientos por un canto de su culito redondo:

--Debes mantener la posición de las muñecas; no tan caídas, prrrr...

--Cuidado con la digitación, prrr...

Por supuesto que era un arrullo para mis oídos, y provocaba en mí más errores.

-Hoy no has estudiado nada, tendré que hablar con tus padres.

No sé si habló o no habló.

Pero a partir de aquella tarde la fui sintiendo cada vez más distante más lejana. Hasta que una tarde ya no concurrió más al conservatorio. Nunca más supe de ella.

Otro amor imposible en mi entrada a la adolescencia.

Yo, yo la seguiré esperando por Yerbal y Granaderos.

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