domingo, diciembre 17, 2006

HISTORIAS DE BARRIO

Sobre la Avda. Chicago, comenzando por la esquina de Timoteo Gordillo, se encontraban: la Fcia. Antigua Liniers de don Julio. La sastrería. El taller de don Carlos. El pasillo donde vivía don Pedro. La vinería, la carpintería. El local de los Aguirre. La sastrería Fama. La peluquería San Blas una camisería ya llegando a la esquina con la calle Tellier.
Me surge el recuerdo de don Carlos Joll. Alquiló el local que estaba al lado de casa. Puso una casa de repuestos de frenos y embragues. Al mando del taller, el único empleado, Coco. Concurrían los mecánicos de la zona para cambiar cintas de freno, rectificar campanas y cambiar los forros de embrague.
No puedo precisar bien que edad tenía, poca, tal vez andaría por los 14.
Don Carlos tenía un Sumbean Talbot, y alguna vez supo con ese auto competir alguna carrera ya que una foto lo mostraba corriendo por las montañas. Hombre de estatura mediana. Siempre bien afeitado y con el pelo cortado casi al ras. Vivía por Rivadavia y Donato Álvarez. Casado y sin hijos. Solía contarme historias de su familia. La relación dificultosa de con su padre. Anécdotas de las carreras.
Coco era alto y rondaba los treinta años. Solía cantar en boliches y compositor de alguna que otra canción; que al igual que la partitura, se perdió con y en el olvido de los años.
De don Carlos recuerdo la vez que fuimos aprobar el auto por la Avda. Ricchieri a más de 160 Km. por hora. Para mí, que era la primera vez que viajaba tan rápido, quedó grabado como un recuerdo indeleble. Tanto como su repetido consejo que “un hombre debía tener siempre limpio tres cosas: pito, culo, y sobaco”.
De Coco recuerdo que fue él que me dio el primer cigarrillo que fumé: un V.O. largo, talvez el primer King Size. Antes estando en barra con los chicos de la cuadra fumábamos las hojas secas de los árboles.
Pasaba con ellos la mayor parte del tiempo de mis vacaciones. Aprendí a cambiar las cintas de freno y los forros de embrague, y a rectificar las campanas de freno. A tener cuidado con las mechas de widia.
Aquel primer contacto con los fierros terminó cuando mi padre descubrió un libro que me habían prestado "Memorias de una Princesa Rusa". Al encontrarlo se armó un revuelo que fue de padre y señor mío.
-Que clase de degenerado es para dar le a un chico esa clase de libros. Si no tiene conciencia de lo mal que le puede hacer para su crecimiento. Etc., etc., etc.
Si bien no llegaron a las manos, yo de entretenerme en el taller los días de vacaciones sí.
Yo castigado. Como siempre.
¿Del mal que me dejó la lectura? En realidad no eché de menos el libro.
Todo el libro figuras incluidas estaban grabadas en mi mente.

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